lunes, 29 de julio de 2019
domingo, 28 de julio de 2019
viernes, 26 de julio de 2019
Circulo de la violencia.
La psicóloga
estadounidense Leonor Walker ha
identificado las diferentes fases que se repiten en los casos de violencia de
género.
Después de
todos sus años de experiencia, Leonor Walker ha identificado un ciclo que se
repite en los casos de violencia doméstica. A través de los testimonios de las
mujeres a las que trataba, observó que las víctimas no son agredidas todo el
tiempo de la misma manera, sino que existen fases para la agresión, que cada
una tiene una diferente duración y que se manifiesta de distintas maneras. Esto
es lo que Walker ha descrito como el ciclo de la violencia de género, que
consta de tres fases que se repiten una y otra vez.
Fase I - Acumulación de la tensión
Esta etapa
puede tener una duración indeterminada, desde días, semanas, meses o años. En
ella ocurren incidentes menores como gritos o pequeñas peleas. Se acumula la
tensión y aumenta la violencia verbal. La víctima interpreta estos incidentes
que se producen en la primera fase como casos aislados que puede controlar, que
no se volverán a repetir o que simplemente desaparecerán.
La víctima,
según el comportamiento que la psicóloga observó, trata de calmar al agresor,
se niega a sí misma que lo que está ocurriendo es una situación intolerable,
busca excusas para justificarle, tiende a echar la culpa a otros factores
("ha tenido un mal día", "estaba borracho") y encubre al
agresor frente a otras personas.
La actitud que
se asocia con el agresor durante esta primera fase es cada vez más celosa y
agresiva, se enfada por cosas insignificantes, está más sensible, alterable,
tenso e irritado.
Una de las
características que Walker destaca durante esta fase es la de auto
culpabilización de la víctima: trata de "complacer" al agresor y cree
que está en su mano hacer que no se repitan los incidentes, por este motivo él
no se siente culpable de su comportamiento.
Fase II - Estallido de la tensión
Walker define
esta fase como la "descarga incontrolable de las tensiones que se han
acumulado en la fase anterior". Esta vez la falta de control y la
destructividad dominan la situación. Se producen las agresiones físicas,
psicológicas y/o sexuales. La víctima primero experimenta una sensación de
incredulidad que le lleva a paralizarse y a no actuar hasta pasadas unas 24
horas para denunciar o pedir ayuda. En esta fase es común que la víctima sufra
tensión psicológica, insomnio, ansiedad, que permanezca aislada, impotente o
que evite contar lo que ha ocurrido.
Esta teoría ha
comprobado que los agresores tienen control sobre su comportamiento violento y
que lo descargan sobre sus parejas de manera intencionada y selectiva.
Fase III - Luna de miel o arrepentimiento
Esta etapa
suele venir inmediatamente después de la segunda fase. Es un periodo
caracterizado por una relativa calma, en la que el agresor se muestra cariñoso,
amable, incluso arrepentido, llegando a pedir perdón y prometiendo que no
volverá a suceder. La tercera fase se suele acortar o desaparecer según se
sucede el ciclo a lo largo del tiempo
Este periodo
dificulta en muchas ocasiones la posibilidad de que la víctima denuncie la
situación, puesto que el comportamiento amable de su pareja le hace pensar que
quizá haya sido solo un suceso aislado y que nunca más se va a volver a repetir
la agresión. O puede que incluso sea durante esta etapa cuando la víctima
retire la denuncia que había puesto en la etapa anterior.
Después de la
fase de arrepentimiento se vuelve a la primera, la de acumulación de la tensión
y después a su estallido, convirtiéndose así en un círculo, el ciclo, que
define Walker, de la violencia. Esta teoría ayuda a explicar por qué muchas
mujeres deciden no denunciar a sus parejas o por qué tardan tanto en hacerlo.
En cualquier
caso, hay que tener presente que siempre hay salida. Pero la erradicación de la
violencia de género no está solo en la persona que la sufre, sino en toda la
sociedad.
Género y Diferencia
entre género y sexo. (Segunda Parte)
Estas característica conforman modelos de masculinidad
y femineidad que se corresponden con los roles asignados históricamente a los
varones y a las mujeres, por medio de la reproducción de estos estereotipos –o
ideas simplificadas respecto de cómo somos o deberíamos ser-, se establecen los
espacios y roles de cada género y se reproduce una cultura en la que el varón
ocupa una posición social de prestigio (dominante) y la mujer queda en un
espacio social menos valorado, relegada a un segundo plano.
Para comenzar a entender la Violencia de Género, es
necesario identificar los sistemas de normas, mandatos y asignaciones de roles
que están instaurados en nuestra sociedad.
Todos ellos dan cuenta de una valoración diferencial
que existe entre lo que consideramos atributos femeninos o masculinos, y es
bajo estos parámetros que se construyen las identidades de mujeres y varones.
Esta valoración asimétrica conforma una de las bases
estructurales de nuestra cultura y es la que posibilita el ejercicio de la
Violencia de género, pues a partir de allí se establecen relaciones sociales de
poder y dominación.
Social y simbólicamente los varones se vinculan de
modo directo con el poder, pues en nuestra cultura los atributos de
masculinidad se corresponden con la posibilidad de ocupar posiciones de mando y
de protección por sobre las mujeres y la familia, es decir, un espacio de alta
valoración y estatus social.
En contrapartida, según las características de la
femineidad, se espera de las mujeres que estén al servicio de las necesidades
de la familia, el esposo e incluso del barrio, siempre desde el lugar del
cuidado.
Este es un espacio simbólico que posee menor
valoración social, y que, en consecuencia, ubica a las mujeres en posiciones
sociales de subordinación.
De esta manera, se van tejiendo las relaciones entre
las personas, todas atravesadas por este sistema de normas desde el cual se
promueven relaciones desiguales y jerárquicas en todos los ámbitos de la
sociedad.
Tanto en la privada como en la pública:
• En el
hogar.
• En la
escuela.
• En el
trabajo.
• En la
calle.
• Entre
todos.
• Etc.
En definitiva, es preciso incorporar un análisis que
incluya la perspectiva de género para conocer e identificar las múltiples
circunstancias que intervienen y posibilitan los diferentes tipos de violencia
de género que existen en nuestra sociedad.
Por lo tanto, cada vez que tomamos conocimiento de un
caso de violencia intrafamiliar, una situación de violencia sexual, o de
discriminación en los espacios laborales, entre muchos otros ejemplos, estamos
siendo testigos de que las relaciones entre varones y mujeres son relaciones
jerárquicas, sostenidas en la desigualdad de poder que aun hoy prevalece en
nuestra sociedad.
Por lo expuesto, debemos comprender que Género no es
igual o equivalente a Sexo.
Género es una construcción social por la cual se
espera determinadas actitudes según el género con el cual se identifica el
individuo.
Sexo es macho o hembra de una especie determinada,
género es la representación de lo masculino y lo femenino sin tener en cuenta
la identificación sexual de cada individuo.
Por tal, hoy en día y teniendo en cuenta la Ley
Nacional 26.743 de Identidad de Género, podemos encontrarnos con las siguientes
composiciones de parejas:
• Hombre/Mujer
(Género masculino y femenino concuerdan con su identificación sexual)
• Hombre/Hombre
(Uno se identifica con el género masculino y el otro con el femenino)
• Mujer/mujer
(Uno se identifica con el género masculino y el otro con el femenino)
jueves, 25 de julio de 2019
Género y Diferencia
entre género y sexo. (1ra. Parte)
Significado.
El concepto de género alude a las relaciones sociales
entre varones y mujeres que en nuestras sociedades son desiguales y
jerárquicas.
Estas desigualdades encuentran su origen en la
interpretación cultural que se hace sobre la diferencia sexual/anatómica de las
personas y que configuran formas de ser de lo femenino y lo masculino.
Es decir, que cuando se habla de género no se está
hablando solo de mujeres.
A través del concepto de género es posible reflexionar
acerca de las diferencias y, principalmente, de las desigualdades sociales,
culturales y económicas entre varones y mujeres.
Es posible, así, entender el modo en el que estas
desigualdades se fueron constituyendo a lo largo del tiempo, los motivos que
las generaron y como se reproducen día a día.
Una reflexión con perspectiva de género invita a
revisar los significados de todas nuestras prácticas, incluidas las más intimas
y las que atraviesan la construcción de nuestra identidad. Se convierte así en
una tarea compleja y delicada que resuena en nuestra propia historia de vida.
Se trata de entender y asumir que uno/a forma parte de
una sociedad que promueve determinados modelos y roles de género que se
corresponden con un momento particular de la historia.
Esto significa que en otras sociedades, o en otro
momento histórico de nuestra sociedad, las relaciones entre mujeres y varones,
así como aquello que se considera apropiado para uno y otros, ha sido o podrían
ser totalmente diferentes.
La categoría de género permite reconocer que varones y
mujeres ocupan posiciones, valoraciones y status social diferentes y que, por
lo general, el lugar de las mujeres está subordinado socialmente.
A través de la historia, los espacios públicos,
definidos como todo lo que ocurre y se desarrolla fuera del hogar y que tiene
importancia para la administración y dirección de la comunidad y del Estado,
han sido el lugar propio de los varones.
Lo privado, por su parte, ha sido el espacio atribuido
históricamente a las mujeres, y corresponde a las actividades desarrolladas en
el hogar, que incluyen el trabajo no remunerado:
• Tareas
domésticas.
• Cuidado
y crianza de los hijos.
Si bien en la actualidad muchas mujeres ocupan el
espacio público a través de su inserción en el mercado laboral y algunos
varones participan en las labores domésticas, todavía se asocia el espacio
privado a las mujeres y el público a los varones.
Esta separación de la vida cotidiana en dos esferas
que se presentan como si fueran contrapuestas, es una de las principales causas
de desigualdad entre varones y mujeres, pues ordena y distribuye los espacios
sociales habilitados para unos y otros.
Esto resulto clave para dar cuenta de la relegación
histórica de las mujeres en el ejercicio pleno de sus derechos, excluyéndolas
de la atención estatal, de la participación y del debate de los asuntos
públicos (Patrman, 1996).
Asimismo, los espacios sociales que ocupan varones y
mujeres tienen íntima relación con los atributos asignados a cada género.
Las características que usualmente se atribuyen a los
varones, y que en nuestra cultura se asocian a la masculinidad, son:
• La
fortaleza.
• La
inteligencia.
• La
valentía.
• El
control emocional.
• La
autosuficiencia.
• La
heterosexualidad.
Como contraparte, el ideal de femineidad plantea para
las mujeres características como:
• La
docilidad.
• La
pasividad.
• El
sometimiento.
• La
fragilidad/delicadeza.
• La
maternidad.
• El
cuidado del hogar.
• El
cuidado de los niños.
• Etc.
martes, 23 de julio de 2019
La Violencia de Género e Intrafamiliar, es una problemática social, que nos afecta de forma directa o indirecta a todos por igual, sin distinción de edad, nacionalidad, sexo, nivel cultural o económico, etnia, religión o credo, Etc.
La única forma de erradicar este flagelo es mediante una constante campaña de Concientizacion y Prevencion de dicho comportamiento violento, entendiendo que el único camino es el compromiso social, que entre todos podemos hacer algo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)